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Mónica Roa: "Cuando los seres humanos nos hemos juntado, hemos logrado generar cambios importantes"

Actualizado: 24 nov 2022

Las libertades que hoy celebramos las mujeres colombianas son el resultado de la lucha de las pioneras que por años han abogado por nuestros derechos. A los 8 meses del fallo histórico, Mónica Roa, la abogada que lideró la despenalización del aborto en Colombia nos habla sobre sus comienzos feministas, lo que es ser activista, el poder narrativo y su organización Puentes.


Por: Laura Ospina Restrepo




Lunes, 21 de febrero de 2022. Se alzan los pañuelos verdes en toda Colombia celebrando la Sentencia C-055 de la Corte Constitucional que despenaliza el aborto antes de las 24 semanas de gestación. Las mujeres celebran una victoria, fruto de una lucha de 16 años por sus derechos sexuales y reproductivos, durante la cual han visto a otras morir por abortos clandestinos y arriesgar sus vidas en manifestaciones. El movimiento feminista se ha enfrentado al sistema penal, y ha ganado una vez más. Al igual que aquel 10 de mayo de 2006 cuando el aborto se despenalizó bajo tres causales: cuando la vida de la mujer está en riesgo, cuando el embarazo es el resultado de una violación o incesto, o cuando una malformación hace inviable la supervivencia del feto.

Hoy en día, es el movimiento feminista Causa Justa el galardonado por la victoria de la sentencia. Este triunfo refleja su labor: la búsqueda por la libertad y la autonomía reproductiva de todas las mujeres sobre sus cuerpos y sus proyectos de vida. Sin embargo, también es el amenazado por aquellos que en este país patriarcal encuentran en el fallo un insulto a sus valores, tal como sucedió cuando se dio por primera vez. ¿La diferencia? Que para el 2006 el movimiento tenía solo una cara: Mónica Roa, feminista, activista, abogada bogotana de la Universidad de los Andes, y defensora de los derechos sexuales y reproductivos de las colombianas. Quien, a diferencia de sus antecesoras, tuvo la iniciativa de presentar la despenalización frente a la Corte Constitucional como un asunto de derechos y no de ley. A quién se le debe que en la actualidad las mujeres puedan acceder a la interrupción voluntaria del embarazo sin ser condenadas, y sin tener que cumplir con las tres causales que ella defendió.

Su protagonismo como líder del movimiento la volvió un personaje y objetivo público. Fue víctima de amenazas, robos, y atentados. Se alejó del liderazgo del movimiento, pero no del activismo. Huyó del país en el 2012, después de ser amenazada por individuos no reconocidos que le dispararon a la fachada de vidrio de su oficina en Bogotá. A pesar de que sobrevivió, la vida en Colombia se volvió insegura. Hoy desde su hogar en España, comparte sus aprendizajes sobre cómo las narrativas de los movimientos sociales deben lograr activar a sus simpatizantes, atraer a los persuasibles y neutralizar a los antagonistas para ser exitosas.

¿Cuál fue tu primer acercamiento al feminismo?

Tengo uno no oficial y uno oficial. El no oficial es que crecí en una casa donde éramos solo mi mamá, mi hermana y yo. Eso me acercó al feminismo de una manera formal. Por un lado me acerqué a las causas feministas porque crecí viendo la injusticia de cómo mi mamá tenía que hacerse responsable de nuestra crianza sin que mi papá asumiera ninguna responsabilidad. Mi familia era muy matriarcal, crecí entre mujeres que se apoyaban unas a otras. Esto me sensibilizó frente a muchos temas.


¿Y el acercamiento formal?


Cuando estaba estudiando derecho en una clase de sociología jurídica, la profesora Isabel Cristina Jaramillo metió una sección sobre feminismo. Ahí nos conocimos yo y el movimiento; en los libros y en la teoría. En esa época en la Universidad no había libros en español, entonces hicimos entre las dos un ciclo de lecturas que eventualmente se convirtió en una clase que se llamaba Corrientes Feministas Contemporáneas. Fue ahí cuando dije ah, esto es lo que soy yo. Ya sentía por dentro esta sensación de hay ciertas injusticias que les ocurren a las mujeres. Descubrir que se podía luchar contra eso, que había una teoría desarrollada y que tenía un nombre, fue muy revelador para mí.


Me imagino que ser defensora de los derechos reproductivos de la mujer en su momento, en un país como Colombia, no fue tarea fácil. Además, tú eras la cara, la que cargaba con el peso público; algo que no se da hoy debido a lo mucho que se ha transformado el movimiento. ¿Hubo algún momento en el que dijeras “Ya no puedo más, me retiro”?


No, en principio, no. Ahora me siento con la tranquilidad de no tener que meterme, porque sé que hay toda una nueva generación de activistas que han surgido y que con mucho éxito están llevando adelante el movimiento. Cuando me tocó a mí sí viví muchos momentos muy difíciles, pero también lo que logramos fue una afirmación de que el trabajo que estaba haciendo era importante, que esta es una causa por la que vale la pena luchar. Lo que pasaba era más bien lo contrario: cada pequeña victoria era como un refuerzo de vale la pena. Por supuesto viví momentos muy difíciles. Cuando tuve que irme del país, por ejemplo, fue durísimo. Sin embargo, siempre las decisiones las tomé con base en los momentos buenos, no en los malos.


Hoy en día tú te has dedicado a trabajar el activismo desde el cambio legal, cultural y de narrativas. ¿A qué se debió este cambio de enfoque y qué has descubierto?


Esto tiene que ver con que yo hace unos años, por la época del Plebiscito por la Paz, sentí que ya había agotado el derecho y el litigio estratégico. Descubrí que el derecho es una herramienta que siempre es muy poderosa, pero también es siempre insuficiente para generar cambio social. Entonces, me alejé del trabajo legal y empecé a acercarme más al trabajo de cambio cultural, de narrativas, que es en donde estoy trabajando ahora. Me dediqué más a pensar cómo hacemos activismo y cómo generamos los cambios.

Parte de lo que pasó es que me di cuenta de que cuando uno hace trabajo legal en derechos humanos, siempre termina convenciendo a un grupo pequeño y especializado de personas para crear un estándar. Una Corte Constitucional o un Comité de Derechos Humanos en donde todos hablan un lenguaje especializado y tú tienes que convencer a gente súper sofisticada. En estos espacios, creo que hemos sido muy exitosos en sacar muchos estándares de derechos humanos.

Aun así empecé a ver alertas que decían que había una nueva ola de políticos que se lanzaban a hacer su campaña diciendo “Elíjame a mí que yo voy a echar para atrás todos estos estándares” y la gente estaba votando por ellos. Para mí, eso fue un llamado de atención sobre cómo se genera el cambio cultural y qué hace que sea sostenible el cambio legal. Por eso empecé a ponerle más atención a lo otro. Yo siento que el movimiento feminista ya sabe usar muy bien las estrategias legales, y me parecía más interesante ponerme a pensar cómo hacer que los estándares que se logran sean más sostenibles a largo plazo. Al igual que cómo facilitar las condiciones culturales que permitan seguir creando nuevos estándares.


¿Es así cómo nació tu organización Puentes?


Sí. Creé Puentes precisamente con eso en mente: cómo podemos ser más eficaces como movimientos. Partimos de una premisa que aplicaba yo en Colombia cuando trabajaba con la Cortes, pero la ampliamos: para que los movimientos sociales sean exitosos, tienen que lograr activar a sus simpatizantes, atraer a los persuasibles y neutralizar a los antagonistas. Ahora estamos pensando en eso desde el trabajo narrativo, desde el cómo hacemos trabajo y poder narrativo en Latinoamérica para hacer esas tres cosas de manera más eficaz.


Supongo que para cada movimiento es diferente, pero ¿Qué has encontrado sobre las maneras en las que se hace eficaz ese cambio?


Fíjate que una de las cosas en las que estamos trabajando mucho es el dejar de pensar los movimientos tan separados. El famoso año 2016, cuando se dio esa ola de cambios, me hizo pensar en cómo para los grupos que nos critican es tan fácil meter a todos los movimientos en el mismo costal. Para ellos es lo mismo el feminismo, la lucha LGTB, los ambientalistas y la justicia racial; por lo que resulta muy fácil meternos en el mismo equipo. Sin embargo, es muy difícil para nosotros mismos reconocernos como partes de un mismo equipo. Parte de nuestra búsqueda es cómo generamos alineación entre movimientos. De hecho, gran parte del nombre también sale por ahí, ¿Cómo creamos puentes entre movimientos?


¿Y cómo se pueden tender estos puentes?


Por un lado, tratamos de crear un piso común que tiene que ver mucho con cuál es el mundo con el que soñamos y cuáles son los valores que nos gustaría promover. Por otro lado, uno de los aprendizajes grandes tiene que ver con el segundo componente de la premisa: estamos muy conscientes de quiénes son los simpatizantes. Nos encanta hablarnos entre nosotros y reforzarnos nuestros propios argumentos, pero muchas veces terminamos intentando convencer a los convencidos y cazando peleas con los antagonistas. Además, la mayoría de los movimientos no le prestan suficiente atención a las audiencias flexibles, que son las que tenemos que empezar a atraer. Mucho de nuestro trabajo ha sido en pensar cómo podemos hablarles a esas audiencias que no tienen una posición incondicional con determinada agenda.


¿Trabajar con estas audiencias qué implica?


Implica tratar de entender quiénes son, dónde están, qué temas les importan, qué valores compartimos, desde dónde podemos presentarles nuestras agendas de una manera que a ellos les parezcan interesantes. Por ejemplo, entendimos que a la gran mayoría de la población latinoamericana le importa mucho la familia y la religión, y no podemos permitir que se entiendan como excluyentes de la agenda de derechos humanos y de justicia de género. Por eso hemos trabajado desde Puentes desarrollando nuevas maneras de pensar y de discutir estos temas, trabajando con personas religiosas que están de acuerdo con las agendas de derechos humanos. El reto es ¿Cómo pensamos las familias y la religión de una manera que sea compatible con la defensa de los derechos humanos, la justicia de género, etcétera?

Para esto tenemos el Inspiratorio, que se enfoca en cómo hablamos nosotros con estas audiencias para tomar más conciencia sobre las maneras en las que hacemos activismo. Por ejemplo, promover esta idea de que, como activistas, tenemos que activar simpatizantes, atraer audiencias flexibles y neutralizar antagonistas.


¿Tú qué le recomendarías a una persona que se quiere unir al cambio?


Primero, que encuentres tu lugar. Ese sitio desde dónde más puedes aportar, que seguramente será haciendo algo que te guste y te haga feliz. Segundo, que va muy de la mano, es que nunca se te olvide qué es lo que sí quieres promover.

Algo que nos pasa a los activistas es que fácilmente nos quedamos estancados en todo lo que denunciamos sobre lo que no queremos. Somos muy buenos diciendo en contra de qué estamos, pero no es tan fácil elaborar a favor de qué estamos; cuál es ese mundo deseado y posible que queremos construir con nuestro activismo.

Es súper importante poder evolucionar de ser un activista de derechos humanos que simplemente denuncie injusticias, porque de hacerlo tanto las audiencias se agotan. Algo así como, “ya no me cuente más problemas porque me da esta sensación de fatiga apocalíptica que el mundo es una porquería y no hay nada que valga la pena hacer”. Ser activista debe estar más enfocado en cómo invitamos e inspiramos a la gente para que decida usar su poder, tanto individual como colectivo, para que vengan y construyamos ese mundo que creemos posible y deseado.

Yo lo que le diría a la gente que quiere empezar en el activismo es que tenga muy presente cuál es ese mundo posible y deseable que quieren construir, y que su tarea es inspirar a otras personas a que se unan.


La fatiga apocalíptica de la que hablas es un sentimiento muy común entre los jóvenes de hoy. Tendemos a ser muy negativos en cuanto a la posibilidad de un cambio social y a desmotivarnos muy fácilmente cuando encontramos paredes que nos frenan la lucha. ¿Qué recomendarías tu para que podamos mantener la esperanza?


Es súper importante tener presente que cuando hablamos de esperanza no me estoy refiriendo a ser ingenuo y pensar que en que el mundo es rosa, lleno de arcoíris y unicornios. La esperanza se refiere a tener una conciencia histórica de que cuando los seres humanos nos hemos juntado hemos logrado generar cambios importantes en la historia. Cada victoria activista del pasado es una señal de que sí vale la pena luchar por estos temas. Aunque el mundo sea difícil, aunque estemos rodeados de problemas, la esperanza está en la fe de creer que un grupo de gente que se reúne con un ideal sí puede cambiar el mundo. No va a ser rápido, no va a ser fácil, pero sí vale la pena.

Entonces la tarea es cambiar esta sensación de impotencia y de inmovilización que genera esa fatiga apocalíptica. Empecemos a pensar cómo tomamos conciencia de nuestro linaje, de nuestra historia activista para poder inspirarnos ahí y saber que el cambio sí es posible. Yo creo que lo peor que le puede pasar a un activista es dejar de creer. En el activismo necesitamos tener esperanza para poder hacer nuestro trabajo.

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